Vaya por delante nuestro respeto a la decisión que ha tomado un nutrido grupo de compañeras y compañeros, con quienes durante muchos años hemos compartido luchas y espacios de todo tipo, mano a mano, en el magma anticapitalista que resiste en Barcelona… y más allá. La decisión no es moco de pavo: conformar plataformas electorales que se presenten a las próximas elecciones municipales o autonómicas con el objetivo de «asaltar las instituciones» y ganarlas.
El giro electoralista implica un movimiento que a) redibuja el marco y las dinámicas internas en dicho magma anticapitalista y b) será —usando una expresión muy de moda— un «terremoto político» entre los partidos y coaliciones del establishment.
Respetar, sin embargo, no es compartir. Nosotras no compartimos ese ilusionado giro. Sencillamente porque creemos que no es una vía adecuada para fortalecer la lucha anticapitalista. Más bien al contrario, creemos que un movimiento así, hoy por hoy, nos debilita. Y puede contribuir a desactivar, si no lo impedimos, la capacidad de movilización popular desde la base. La calle, salta a la vista, va perdiendo fuerza con la institucionalización de la resistencia; algunos movimientos, iniciativas o entidades sociales se descapitalizan; se suavizan las palabras, los gestos y las formas. De pronto, todo parece empezar a gravitar en torno a otro tipo de esferas organizativas, más ligadas a la comunicación, la eficacia, la aritmética y el marketing político.
Hemos defendido ese desacuerdo en conversaciones individuales y colectivas de todo tipo. Por activa y por pasiva, la respuesta ante la crítica y la desconfianza es, más o menos como sigue: «Esto será solo un instrumento más», «jugaremos dentro-fuera» o «mandaremos obedeciendo». Pero no hay ni un solo ejemplo a escala planetaria que avale esos planteamientos.
¿Se puede estar a la vez en la calle y en el Ayuntamiento? ¿Se puede estar a la vez en la calle y en el Govern o en el Gobierno? Tal vez sí se pueda, sí, pero diluyendo el antagonismo.
Las instituciones políticas tardocapitalistas —el caso del Ayuntamiento de Barcelona es uno de los mejores ejemplos que sufrimos— están podridas. No por la corrupción, que también, sino porque funcionan, y cada vez mejor, como maquinarias perfectamente engrasadas para servir al interés privado desde la esfera pública. Son una parte necesaria de un régimen global que trabaja al dictado de los mercados, las corporaciones y la oligarquía financiera. Más allá de algún que otro retoque epidérmico, y por muy buena intención que una tenga, no son instancias democratizables porque están sojuzgadas por otras instancias, los dueños del capital, que usan la democracia como instrumento y coartada. La entrada en la arena electoral implica apuntalar este tipo de instituciones, justo en el momento en que habíamos logrado empezar a desenmascararlas. Implica, pese a todo, tener una cierta confianza en ellas. Nosotras no la tenemos. No creemos en caballos de Troya. Queremos que Troya arda.
Nosotras estamos por crear, día a día, nuevas instituciones fuera y contra el establishment. Y pensamos que situándose dentro de sus propios engranajes ese objetivo es misión imposible. Creemos que la lucha pasa por crear una nueva institucionalidad desde la calle. Por crear estructuras diferentes de organización política, social y económica sobre las ruinas de este sistema. Ciertamente, nada nuevo: poder popular.
Creemos que el surgimiento de estos partidos y plataformas electoralistas —Guanyem, Podemos y todas las conjugaciones verbales que han visto la luz en los últimos tiempos— es el síntoma de una derrota significativa de una parte de la disidencia política en esta ciudad-escaparate de este mundo-escaparate. Una derrota para la lucha anticapitalista en su conjunto y, muy especialmente, para el entorno libertario, totalmente incapaz de generar espacios inclusivos amplios para mucha de la gente que ha decidido, en muy poco tiempo, politizarse. «Vamos lentos porque vamos lejos», afirmábamos en las plazas. Pero, de repente, han llegado las prisas.
Guanyem / Barcelona en Comú no es sólo un proyecto político que mira al futuro. Tiene un pasado. Y ese pasado está directamente vinculado a ese entorno libertario, hoy debilitado. Y, muy especialmente, al movimiento de okupación. O de ocupación, tanto da. Un pasado reciente, alejado de la vía electoral y del pactismo, tejido, codo a codo, por todos los rincones de la ciudad; en Sants, en Gràcia, en Nou Barris, en Ciutat Vella, a través de casas y centros sociales okupados, asambleas vecinales, publicaciones críticas, investigaciones, grupos de afinidad, acciones de sabotaje, campañas de denuncia, manifestaciones, pancartas, gritos y besos, entre otras muchas cosas.
Ese entorno —libertario, antiautoritario, autónomo, anticapitalista, tanto da— forma parte, en muchos casos, de nuestra educación política conjunta. Y ha dado muchos frutos a lo largo de estos últimos años. El #efecteCanVies, por ejemplo. Que esa victoria popular en la calle y desde la calle, fruto de nuestra ocasional, pero nada despreciable, capacidad de organización y movilización, haya ocurrido casi en paralelo a la emergencia de Guanyem Barcelona, da que pensar.
En la presentación de la plataforma electoral en Sants, por ejemplo, ante la pregunta de una asistente, una de sus portavoces dijo que Can Vies no era un conflicto, que no era un problema, sino parte de la solución. ¿Que Can Vies no es un conflicto? El conflicto ha sido, es y será su razón de ser. Existe como conflicto abierto, como señal de alarma. Desconflictivizar Can Vies es un giro discursivo ad hoc que busca el rédito electoral apropiándose de las luchas sociales para resignificarlas a conveniencia. Nosotras también queremos ganar, claro está, pero no a cualquier precio.
No compartimos la decisión. Ni los métodos. Ni el discurso de Barcelona en Comú. Ni de Podemos. Y pese a la tristeza que este nuevo escenario nos provoca y la mayor debilidad a la que nos aboca, seguiremos en la lucha. En la calle, volveremos a encontrarnos y, muchas veces, compartiendo y colaborando. Mano a mano. Tan solo esperamos que nunca llegue el momento en que tengamos que encontrarnos frente a frente.
Vengan pues los ideólogos de esta supuesta «nueva política» a hablar de nuestro infantilismo, de pureza y peligro, de cobardía, de estupidez o de gueto. Tal vez seamos cortos de miras e incapaces de aprovechar la enorme «ventana de oportunidad» que se abre ante nuestros ojos. Tal vez estemos aturdidos de tanto golpearnos contra el «techo de cristal». Tal vez seamos anticuados y cansinos. Pero seguimos teniendo el oído fino. Y os escucharemos atentamente.